13.12.03

Una vez fui tan diminuta que sólo podía pedirle permiso al niño más maravilloso del mundo para que me dejase enredarme en sus helicoidales ideas. Pero nunca me dejó.
Luego crecí (ya sabéis esas cosas que hacen las caderas de las niñas, siempre empeñándose en demostrar externamente que sus dueñas ya pueden crear niños) y estudié y me olvidé de lo entretenido que era vivir en un mundo de gigantes (ah, sí, y el niño más maravilloso del mundo encontró a una niña de su tamaño).
Y ahora resulta que vuelvo a ser diminuta (como los puntos que ya ni se ven cuando se mira más allá de no se sabe donde) y sólo cuento con mis diez diminutos dedos los días que faltan para que un señor me guarde dentro de su ombligo.

(Perdón, es que había olvidado presentarme).