23.2.04

Cuando era todavía más pequeña, uno de mis mil cuentos favoritos (obviando Pulgarcito) era uno en que una niña se colaba por el auricular del teléfono e iba a dar a una casa donde la trataban mucho mejor que en la suya.
Pero luego crecí y me topé de bruces (aún sin tener claro donde tengo las bruces) con la cruda realidad: por más diminuta que una sea, parece que no le queda más remedio que tragarse doce horas de bus.
En fin.