27.5.04

El otro día asomé mi pequeña cabeza desde el ombligo que habito cuando puedo, y, antes de que la ídem empezase a dar vueltas a causa del vértigo, descubrí que mi maravilloso ombligo estaba, además de muy alto, equipado con una maravillosa barandilla.
Lo que aún no tengo claro es en qué momento supe escalar.