19.5.04

Y hete aquí que convencida llegó diminuta a la puerta de la venganza y, al alcanzar el umbral, un hombrecillo extraño con camiseta de algodón sucia y rumiando mondadientes la detuvo para compararla concienzudamente con un palo amarillo con una muesca en el extremo superior, hasta comprobar que su pelo más alto distaba unos cuatro dedos de la muesca.
"Lo siento, si no llegas a la marca no puedes pasar", rumió el rumiante de mondadientes. Y nuestra protagonista, que era consciente de su diminutez, no osó reclamar y, como mandan los cánones, pegó la vuelta.
Eso sí, cual moderna Galilea, mascullaba entre dientes al dejar la venganza a su espalda: "¡Maldición!, primero la noria y ahora esto".