1.11.04

Y a veces nada puede impedir que los lunes se conviertan en domingos.
Sobre todo si es domingo desde el jueves.
O quizá me quedé atrapada en la hora que cambia.
Y yo que no cambio.

Me duele tanto la cabeza que preferiría haber sido decapitada (a guillotina, por favor).
Y me duele tanto el ombligo que no sé dónde guardarme.
Y, gajes de la diminutez, soy incapaz de decidir si lloro o está lloviendo.